El día que volamos

"Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias..."


Juan Salvador Gaviota, Richard Bach



Volar: Flotar por el aire. La inmensidad ante nuestros ojos. Rozar el cielo. Agradecer. Sentirnos aún más libres.
Son algunas de los sentimientos que nos provocó volar en parapente hace unos días.
Pero también nos topamos con emociones de esas que a veces se hacen difíciles de controlar con la mente porque sólo se palpitan con el corazón.
Les compartimos lo que sentimos "El día que volamos":

¿Cómo explicar lo que es para sentir? *Por Martín

Es casi demente pensar que yo, un ultra miedoso de las alturas, se anime a volar. Pero volar con parapente creo que es distinto a todo. Imagino que la altura se disfruta de otra manera y no se compara a, por ejemplo, tirarse de un avión rezando que un paracaídas se abra o saltar de un puente atado a una soga o que te sujeten a un riel y pasees panza abajo por un precipicio. No creo que me anime a hacer alguno de esos ¿deportes? ¡jamás!


Un paseo por las nubes.
El parapente es diferente desde el inicio, ya que salís desde el piso, arrastrado por el viento y casi que ni te das cuenta cuando estás en el aire. Además, vas acompañado de una persona que, por supuesto, sabe volar.
Claro que es más sencillo decir que es fácil una vez que aterrizaste y te fue muy bien con la experiencia. Lo mejor que me pudo pasar a mi fue que me agarraran de imprevisto: Éramos 5 los que íbamos a volar, estaba cuarto en la lista y por esas cosas de la vida de repente escuché: "Preparalo a Martín que sale ahora". 


Casi listo.
Sin anestesia, sin estar preparado mentalmente, sin tiempo a pensar ni a sentir ya estaba volando.
Varios tragos a una bebida llamada "Puro", que tiene 70 grados de alcohol, me iban envalentonando, pero el "sin previo aviso" fue el remedio más eficaz y rápido para mi miedo, porque cuando me quise dar cuenta ya estaba a 300 metros de altura y era tarde para arrepentirse.



En el aire.
Volar es una sensación increíble, una vez ahí arriba miras a tu alrededor y te sentís el dueño del cielo. Giras para un lado y para el otro y te gustaría tener ojos en la nuca para apreciar todo lo que hay a tu alcance. Los minutos parecen segundos; fueron 15 minutos sobrevolando los alrededores del cerro Niton que sólo parecieron instantes.
Disfrutar.
El momento del aterrizaje fue, en mi caso, lo mas complicado, ya que intentamos bajar 4 veces pero el viento lo impedía. Hasta que finalmente pudimos pisar tierra firme y el vuelo fue fantástico.Volé. Lo logré. Pude disfrutarlo. Es de esas emociones grandes, difíciles de explicar y que sólo vale la pena sentirlas, a pesar del vértigo!

Aterrizando.
Agradecer *por Maru

A veces siento necesario dejar reposar los acontecimientos. Observarlos un día después. Es como que los veo más claros. Pasa como con la comida; se asientan los sabores y se degusta mejor.

Ayer volé y hoy estoy feliz.
Ayer la expectativa me jugó en contra y casi me desilusiono.
Hoy puedo ver que sucedió como tuvo que ser y así está bien.
Agradezco.


Volar y respirar cielo.
Volar y respirar verde.
Todo empezó anteayer, cuando fuimos preparados para volar y el viento soplaba tan fuerte que resultó imposible incluso sacar el parapente.
Nuestro amigo Fabi, que sabe manejar en el aire, nos cuenta que a veces pasa lo contrario, no hay viento y la vela ni siquiera se mueve.

Fabi mide con la manga cómo está la velocidad del viento.

Es necesario que el viento sople entre 25 y 35 km por hora.
Así que un poco resignados, empezamos a rezar que haya buen viento para el día siguiente donde volveríamos a intentarlo.
Edgar, el piloto que nos lleva a volar, suele subir al Cerro Niton a partir de las 14 hs que es cuando empieza el horario ideal para volar.
A esa hora regresamos ayer. 
Éramos 5: un chico norteamericano, dos hermanos de Guayaquil y nosotros.

Martín cree que se va a la NASA.

Chaltén también vino a vernos volar.
Como la velocidad del viento estaba dentro de los parámetros aptos pero tirando a fuerte, empezó con los varones que suelen ser más pesados.
Antes de iniciar un vuelo, es necesario saber cuál es el peso de la persona que va a volar. Edgar no vuela con personas que pesen menos de 50 kilos y a las flaquitas como yo ¿? les suele poner peso extra en la silla.
El primero en despegar fue el chico de Guayaquil. Verlo ascender y desearle "buen viaje" me anudó la garganta de emoción.
Su vuelo fue hermoso. Se lo veía danzar por el aire de un lado al otro. Bailaba un rato cerca del Volcán Tunguraghua, luego próximo a los altares nevados y lentamente se acercaba hacia nosotros provocando placer con sólo mirarlo.


Bailando en el  cielo.
Siguió el norteamericano y tercero fue Martín, que cuando menos lo imaginó ya estaba en el aire desafiando su vértigo y ganándole al miedo.



Estuvo con los pulgares arriba todo el vuelo.
Luego le tocó a la otra chica y por último a mi. Pero hubo un pero. El viento cambió. Empezó a haber ráfagas fuertes y comencé a darme cuenta que otra vez no sería el día para volar.
Lo vi acercarse a Edgar, que se anticipaba negando con la cabeza, y sentenció "Se puso bravo, asi que el día de hoy terminó. Mañana probamos otra vez".
En ese momento mi razón y el corazón descoordinaron y como una nena me largué a llorar.
Entendía que las condiciones para volar no estaban dadas pero mi corazón soñó tanto con ese momento e imaginó su vuelo mirando los vuelos de los demás que no podía entrar en razón y desbordé en lágrimas.
Les juro que en ese momento quise hacerme transparente.


Me imaginaba así.

O así.
Edgar me abrazó. Martín también. Todo se volvió silencio y viento.
Y ese vacío y la energía de todos deseando que volara, cuenta Edgar más tarde, hizo que le diera una oportunidad más a mi vuelo. Esperaríamos a ver si calmaba el viento y nos daba la chance de salir.
"Ponele el equipo", dijo al minuto. 


Y sonreí..
¡Vamos!
Y todo sucedió tan rápido que al instante descubrí que ya estaba volando.
Iban a ser sólo 30 segundos, me advirtió Edgar. Pero el viento estaba tan fuerte y difícil para descender que terminaron siendo 5 minutos.
No tuve el vuelo placentero y relajado que cuenta el resto del grupo, pero estuve en el aire.
Y desde ahí arriba, viendo el infinito y sintiéndome más cerca de los dioses y los ángeles, pude agradecer.
El aterrizaje fue en un campo alejado del lugar del descenso. Apenas pisamos el suelo, Edgar me hizo sentir cómo le latía el corazón. Lo abracé con lágrimas. Sabia que se había arriesgado por mi.
Doblemente gracias. Por volar y por seguir viva.

Y más tarde festejamos haber volado: 

Picada.
Hamburguesas caseras.

Gracias Edgar y Fabi por ayudarnos a volar!
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2 comentarios:

  1. Maru Vó só loca vó?. Martín, prefiero la tirolesa, canopy, la tarabita, estás atado a un alambre y no te caés por nada, el parapente es otra cosa. Algún día volaré si motor también, me dieron ganas. Saludos

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    Respuestas
    1. El parapente también es muy seguro. Imaginate que una persona viaja junto a vos, con lo cual también estaría poniendo en riesgo su vida. Todos te dicen que lo que tiene volar en parapente es que es puro placer, tal vez no sentís tanta adrenalina pero se disfruta al 100. Recomendable! Ya nos contarás tu experiencia. Beso!

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